En 1978, la compañía FEMSA abrió en Monterrey, tiendas de conveniencia para desplazar sus productos, tanto de cerveza, de refrescos, así como de jugos.
La intención, era comercializar exclusivamente los que producían, aunque, mediante un estudio de mercado que realizaron un año después, el resultado arrojó que las personas acudirían más, si tuvieran otro tipo de artículos a la venta (la leche, por ejemplo, que siempre es un gancho), y entonces, iniciaron con otras 48 mercancías, necesarias en la mayoría de las casas.
El caso es que, en la actualidad, en algunos venden productos de otra compañía cervecera, de otras refresqueras y así, le han dado entrada a la competencia.
Además, han hecho convenio con bancos, con empresas de comunicaciones y demás, y ahí, se puede depositar, retirar, pagar el agua, la luz, el cable, es decir, casi cualquier cosa MENOS, QUE CUANDO EXISTA FILA ABRAN UNA SEGUNDA CAJA.
Para el 2016, ya contaban con casi 15 mil tiendas, en 4 países. Por eso es que, cuando usted menos lo piensa, aparece en cualquier esquina, como si la hubieran inflado de la noche a la mañana, otra tienda más.
Pero bueno, compradora lectora, depositante lector que me lees, resulta que, hoy, cada una de esas tiendas, parece tener un vigilante de a gratis.
El Güero, por ejemplo, es el vigilante de una de esas tiendas en Villa Bonita. Desaliñado, sucio, con cabello hirsuto, delgado al extremo, a veces sus pantalones casi le llegan a mitad de los muslos, y, con unos ojos amarillos como de gato, los cuales normalmente están perdidos detrás de la botella de solvente, que se lleva a la nariz cada tantos segundos.
“Apá, apá, ¿no te sobra una moneda?, les pregunta, sentado junto a la puerta, a cada uno de los acuden a la tienda.
Yo cada vez que puedo lo regaño por tanta droga que se mete, pero sé, que eso es consecuencia de un dolor más profundo que viene cargando sabrá Dios si desde niño.
A veces, cuando no está ahí, su lugar como vigilante lo toma una persona quien porta un bastón de invidente, pidiendo dinero para recuperar su vista.
Me dicen, me cuentan, que este señor vino de Guaymas a Cajeme para realizar unos trabajos de soldadura y, por su misma actividad, perdió la vista. Y se quedó aquí, no entiendo porque, si su familia está en el puerto. Lo raro es que, cuando le das monedas, voltea y las cuenta.
Más allá en otra tienda, por el rumbo de la Alameda, tenemos otro vigilante. Este es como los cometas, aparece de vez en vez, sobre todo cuando por fuera de la tienda existe música y entonces baila hasta el cansancio.
Pero también, pelea a gritos y con pasos de boxeador profesional, con algún ser imaginario que deambula por su esquizofrenia. A un lado, generalmente tiene un cocktelito de refresco de cola con uno de esos licores, de los que el litro no llega a $50 pesos y que él parece disfrutar tanto. A veces, aparece cambiado, peinado y rasurado, como si de pronto alguien de su familia lo rescatara por un breve tiempo, para luego iniciar con las andadas.
Ella es una señora que tiene familia de clase media. No se le nota que beba, o que se drogue, pero sí, fuma mucho.
Tiene las trenzas enredadas en la cabeza como rastras, varios vestidos, pantalones y mallas encimadas, tatuada la ceja y algunas otras partes, y arrastra una bolsa como si fuese un carrito sin ruedas, en la cual lleva desde cosas de plástico, ropa y así.
No acepta ayuda, ni pide dinero que yo sepa, y lo mismo la puedes encontrar en una tienda en Esperanza, en Cócorit, y en Obregón en las colonias menos imaginadas.
Cierta noche, por fuera de una de esas tiendas, sentada, escuchaba las propuestas indecorosas de otro menesteroso, y ella nada más sonreía, con una de esos rictus vanidosos que nada mas las mujeres poseen. Ya era muy tarde, la noche ya bien entrada y, lo que pasó después, nunca lo supe.
Me lo contó Margarita Vélez, fueron por ella desde el DIF, la asearon, cambiaron y la llevaron a casa de sus parientes: no hubo poder humano que la convenciera y, la volvieron a dejar, en una de esas tiendas.
Existen otros vigilantes distintos a estos descritos, pues estos son, digamos, si así se le puede decir, “residentes” de Cajeme.
En el centro de la ciudad y más cercano a las vías de ferrocarril, en las mismas tiendas existen “vigilantes” que a leguas se nota no son oriundos de aquí. Tal vez, hayan viajado como trampitas en el tren carguero y se quedan por algún tiempo en la ciudad y hacen de estos espacios sus refugios temporales.
Los hay con acento del sur del país, y uno que otro con ese hablar centro americano y entonces supongo van en pos del sueño americano y solamente están de paso.
Piden ayuda para completar un taco, algunos traen un trapo sucio con el que intentan limpiar los vidrios de tu carro, con algo tan usado para limpiar hasta su propio sudor, lo cual provoca que tus cristales queden empañados.
También existen viajantes de estos que andan con un costalito colgando. Nada, de lo que esté mal acomodado, se les escapa. Chatarra, plástico, cartón y también, porqué no, una llanta que dejaste por un rato en la caja de tu troca, o una silla de tu porche y así, lo que se les atraviesa.
Otros hay que se ponen en los cruceros, pidiendo dinero u ofrecen un dulce a cambio de unos pesos y, la mayoría, creo, son muy religiosos pues, luego de decirte que Dios te bendiga, se persignan como lo hacen quienes realizan su primera venta del día.
Ojo, nadie se ocupa de ellos; no hay autoridad que los ayude, los traslade a algún centro donde puedan guareserse y en cierta medida cuidar a la ciudadanía que a veces sufre con sus latrocinios o que, ya de perdida, coman cuando menos una vez al día.
Y pasa que, el Gobierno mexicano, acaba de acceder a la petición de Estados Unidos para que, los migrantes que piden asilo en su país, permanezcan en México hasta que se les resuelva su juicio.
Pero, ni Estados Unidos ni el Gobierno mexicano que aceptó esta ignominiosa condición (sabrá Dios a cambio de qué), pondrán un cinco para sus cuidados. Luego entonces, estos, no solamente deambualarán por las ciudades fronterizas esperando su turno, sino que, para buscar mayores opotunidades con menos competencia, bajarán hacía el sur mientras esperan.
En Cajeme, ¿estamos preparados?