CIUDAD DE MÉXICO. A marchas forzadas y en tiempo récord -menos de tres años desde que iniciaron las obras- Andrés Manuel López Obrador inaugurará hoy el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA). Un proyecto que sintetiza como pocos el espíritu del Gobierno de Morena: simbolismo, obstinación, ajustes presupuestarios y omnipresencia del Ejército en tareas civiles como cortafuegos de la corrupción.

Apenas tres meses después de ganar las elecciones de 2018, López Obrador decidió cancelar las obras de un segundo aeropuerto para Ciudad de México. Fue uno de los primeros movimientos del todavía presidente electo y marcaba la ya senda a seguir. No importó que en la consulta ciudadana convocada para legitimar el volantazo, apenas participase el 1% de la población. Tampoco que las obras estuvieran ya avanzadas y que hubiera que indemnizar a los constructores con 1.800 millones de dólares.

Lo importante era mandar una señal de cambio de época. Fin a los megaproyectos del Gobierno priista de Enrique Peña Nieto. Arrancaba la era de la austeridad republicana. Carpetazo al diseño del Pritzker Norman Foster. Bienvenidos a un aeropuerto remedado sobre una base aérea del Ejército, cuatro veces más barato, construido y gestionado por los propios militares.

El AIFA podrá combinar hasta 61 operaciones por hora, una por minuto.

El aeropuerto Benito Juárez mueve el mayor en número de viajeros de toda Latinoamérica. En 2014 sobrepasó su límite de seguridad operativa de 32 millones de pasajeros, por lo que se hizo necesaria la construcción de uno nuevo.

AEROPUERTO DE TEXCOCO, LA ALTERNATIVA QUE NO SE CONSTRUYÓ

En enero de 2019 el Gobierno de López Obrador canceló el proyecto en favor de la construcción del Felipe Ángeles en la base de Santa Lucía y la modernización del aeropuerto de Toluca.

La cita del lunes marca además el arranque de un calendario caliente en la política mexicana. En menos de un mes -el 10 de abril- se celebrará la consulta para ratificar o revocar el mandato López Obrador, una de sus promesas de campaña más personales, que ha necesitado de una reforma de la Constitución y ha provocado duros enfrentamientos con el Instituto Nacional Electoral (INE), encargado de organizar el plebiscito. Dos meses después -15 junio- su juega el relevo en seis estados del país. Morena aspira a seguir expandiendo su poder territorial tras controlar ya 16 de los 32 gobernaturas.

La inauguración del AIFA, a medio gas durante al menos el primer año, cumple una doble función: sirve de promesa cumplida y a la vez relanza el proyecto del Gobierno de cara a la recta final del sexenio. En plena veda electoral por la cita del plebiscito y solapando la puesta a punto para las estatales, el nuevo aeropuerto supone un nuevo sucedáneo de campaña electoral, el hábitat preferido del presidente, donde se siente más cómodo y en el que basa gran parte de su estrategia política.

El propio López Obrador pidió acelerar las obras y adelantar la inauguración para cuadrar el calendario para, además, hacer coincidir el evento con el aniversario de Benito Juarez, uno de sus referentes históricos. En el contexto del inminente ciclo electoral también se enmarcan los últimos ataques del presidente al Parlamento Europeo. Más confrontación para buscar una mayor movilización en las urnas. Desde las instalaciones militares, el López Obrador celebrará el lunes su rueda de prensa matutina diaria. Debido a la veda electoral no habrá discurso de inauguración, pero el evento servirá de puesta en escena con la plana mayor del Ejército y más de 1.000 invitados.

LA BANDERA DE LA OBRA PÚBLICA

Pese a la ferrea política de control de gasto, una de los estandartes del Gobierno morenista, los proyectos de infraestructura son el apartado donde se más se ha volcado López Obrador. La obra pública como motor de desarrollo social es una de sus señas de identidad, retomando el ideario del viejo PRI y la nostalgia del Milagro Mexicano, la época de fuerte industrialización del pais durante las décadas del cincuenta al setenta.

Frente a la apuesta por la deuda y la concesiones a empresas privadas que suponía aeropuerto cancelado, el AIFA se alimenta solo del presupuesto público. Hasta ahora, 2.600 millones de dólares, menos de la cuarta parte de las estimaciones a la baja del primer proyecto frustrado. El modelo de financiación del aeropuerto es parecido al resto de grandes infraestructuras anunciadas para el sexenio, como la refinaría de Dos Bocas o el tren Maya, que conectará puntos estratégicos del sureste del país. Unos planes calificados como anacrónicos e ineficientes por el mercado, pero que cuentan con el respaldo mayoritario de la población, en linea con los índices de popularidad del propio presidente, como indica la reciente encuesta de SIMO realizada para EL PAÍS.

La necesidad de un segundo aeropuerto para la capital, la segunda megalópolis latinaomericana, con más de 9 millones habitantes sin contar periferias, es una demanda histórica. El Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) acumula una saturación insostenible desde hace casi dos décadas. El 2019, las autoridades aeroportuarias alertaron que la situación rebasaba los mínimos de seguridad aérea. El nuevo plan es integrar el AIFA, situado a unos 45 kilómetros de Ciudad de México, dentro una red aeroportuaria metropolitana que sume al AICM y un tercera base ya existente en Toluca, Estado de México.

La entrega total del proyectos a los militares ha sido otra de las críticas. El Ejército no solo construirá la terminal, sino que explotará las operaciones civiles y comerciales mediante una empresa cuya dirección estará ocupadas por altos mandas del Ejercito. El aumento de poder militar durante el mandato de López Obrador ha desbordado la esfera de la seguridad. A lo largo de los tres años de sexenio los militares han asumido encargos tan diversos como la distribución de medicamentos, la vigilancia de ductos y combustibles de Pemex, el control del servicio de aduanas, al construcción de bancos públicos, el reparto de libros de texto, el combate al sargazo en el Caribe o el traslado de dinero de programas sociales. El nuevo aeropuerto es quizá el mayor ejemplo de cómo el presidente se ha entregado a los brazos del Ejército en busca de funcionalidad, lealtad y poco ruido.

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