“Cuanto más tiempo pasa, más lamento lo sucedido. No deberíamos haberlo hecho… lo que aprendimos de esa misión no fue suficiente como para justificar la muerte de la perra”. Así lamentaba 30 años después Oleg Gazenko, uno de los científicos del programa espacial soviético, la decisión de haber enviado al espacio a Laika, la perra que se convirtió en la primera astronauta de la Tierra, y que pagó ese indeseado honor con su vida.
Aunque el lanzamiento del Sputnik 1 había permitido a los soviéticos anotarse el primer gol en la carrera espacial, el dirigente Nikita Kruschov quería algo aún más espectacular para alardear de las proezas de la Unión Soviética ante el mundo en el aniversario de la Revolución. Enviar a un astronauta estaba fuera de discusión, ya que si hubiera muerto en la misión el efecto propagandístico habría sido todo lo contrario al deseado.
“Los vuelos tripulados por perros ya se habían llevado a cabo con éxito en misiones suborbitales y se planeaba repetir la estrategia en algún momento para los vuelos orbitales.”
Los vuelos tripulados por perros ya se habían llevado a cabo con éxito en misiones suborbitales y se planeaba repetir la estrategia en algún momento para los vuelos orbitales. Los candidatos eran perros callejeros, a los que se suponía habituados a sobrevivir en condiciones extremas.
Pero las directrices eran claras: había que llevar a cabo la misión en noviembre de ese año, por lo que no había tiempo de preparar una nave en condiciones de ser recuperada, sino un satélite como el Sputnik 1, es decir, que fuera puesto en órbita y posteriormente se quemara al precipitarse en la atmósfera. Por lo tanto, el desafortunado can que fuera elegido como tripulante debería ser sacrificado.
Laika tenía solo dos años y antes de ser recogida para el programa espacial no había conocido más que el frío de las calles moscovitas. Antes del lanzamiento, Yazdovsky quiso obsequiarla con un poco de felicidad y se la llevó a su casa para que jugara con sus hijos: “Quería hacer algo bueno por ella, ya que le quedaba muy poco tiempo de vida”.
Durante las tres primeras órbitas -cada una de las cuales duraba unos 100 minutos aproximadamente- el funcionamiento del satélite fue normal, pero en la cuarta la temperatura empezó a aumentar rápidamente a causa de un fallo en el sistema de control térmico. Laika murió poco después a causa de un paro cardíaco provocado por la hipertermia, aunque la versión difundida por las autoridades soviéticas sostenía que el Sputnik llevaba equipo para eutanasiarla cuando el oxígeno empezara a agotarse. Solo después de la caída de la Unión Soviética, los científicos que habían participado en el programa desvelaron la verdad.