El estrado fui yo
Pablo Beltrán
Con las golondrinas tocando a buenos decibeles, se nos va en pocas horas -después de casi seis años de gobierno-, el presidente Andrés Manuel López Obrador, cuya gestión ha resultado una de las más polémicas de la historia contemporánea del país, pues el estilo personal de gobernar del tabasqueño rompió sin duda con viejos cánones, lo que lo puso día a día en el centro de atención a través de sus folclóricas “Mañaneras”, generando siempre opinión pública.
Admirable su inicio de trayectoria de lucha desde la trinchera del sureño estado, cuando después de haber pasado por el PRI, empieza a gestar un movimiento social que incluso lo posicionó en 1988 y 1994 como candidato a la gubernatura de Tabasco, primero por el Frente Democrático Nacional (FDN) y luego por el PRD, no logrando conseguir el triunfo, pero salta a la fama ante el famoso “éxodo por la democracia” hacia el entonces DF, ante la denuncia de fraude electoral contra el priista Roberto Madrazo Pintado.
Después de tal situación y crecer en popularidad, se traslada a la Ciudad de México, en donde llega a ser dirigente nacional del PRD, para luego quedar -vía electoral- como Jefe de Gobierno de la capital de la república en el año 2000. Posteriormente, como todos saben, después del controversial desafuero, logra ser candidato presidencial por el PRD en 2006, repitiendo en 2012, en cuyos casos ha acusado fraude comicial en forma reiterada.
Y no fue hasta 2014, bajo el registro del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), cuando logra conjuntar una sólida plataforma de relanzamiento, al recorrer prácticamente toda la geografía y así cristalizar una fuerte candidatura, que lo puso en la silla presidencial en 2018.
Con las promesas de campaña en el hombro, una vez ganada la elección prepara durante la transición a su acceso al poder, bautizando a su futuro ejercicio presidencial, bajo las siglas de la 4T. Sí, la “Cuarta Transformación” (de la vida pública), teniendo a su juicio como precedentes la Independencia, Reforma y Revolución.
Definitivamente, no fue tan mala la intención, pues su inquietud fue trascender a los niveles de Hidalgo/Morelos, Juárez y Madero; aunque en su ideario, se dice, hubo un error de cálculo, pues hay quienes consideran que ante tal compromiso epopéyico asumido, era necesario el que hubiera subido de inmediato a la palestra un nuevo Pacto Social, que no era otra cosa que lanzar un nuevo proyecto de Constitución ante el legislativo, para asumir éste su rol de Poder Constituyente. Esta última situación no acaeció, de ahí que las reformas sucesivas -como la del Poder Judicial y la de Guardia Nacional-, resultaron una especie de “parches”, con los cuales quizá podrá lograr ciertos objetivos político-administrativos para su movimiento (en caso de que las impugnaciones no prosperen), pero nunca se pudieron plasmar principios novedosos, mucho menos derribar las llamadas cláusulas pétreas, mismas que quedaron incólumes; por lo que seguimos siendo técnicamente -aún- una República representativa, democrática, laica y federal, compuesta por Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, y por la Ciudad de México, unidos en una federación, tal como lo dispone literalmente el numeral 40 de la ley suprema. De similar manera, se preserva normativamente el diverso 49, que dice: “El Supremo Poder de la Federación se divide para su ejercicio en Legislativo, Ejecutivo y Judicial”.
El sistema de frenos y contrapesos seguirá vigente, por lo que ya se sabrá en el corto plazo y ante el inicio de la nueva administración el primero de octubre, si el mismo se respeta integralmente, o deja de surtir efectos reales ante el pragmatismo en la vida política, cada vez más presente en el obrar de los actores principales. En teoría ya “serían otros López”, salvo el caso de Andy.
Y volviendo al quehacer del presidente, lo tuvimos como el gran “creatore” de obras de alto calado como el Tren Maya, Refinería Dos Bocas, Aeropuerto Felipe Ángeles, Corredor Transístmico, así como de programas del bienestar, centrados en adultos mayores, jóvenes y sembradores; situación que le generó grandes dividendos en términos de popularidad, pero sobre todo en el ámbito electoral, pues ya tiene su partido la mayoría de los gobiernos estatales, la mayoría calificada de la cámara de diputados y la mayoría calificada -de facto- en la de senadores. El llamado “Plan C”, anunciado durante meses desde su escenario matinal, fue concretado: todo un zoon politikon.
En contraparte, están en el aire los señalamientos de corrupción por Segalmex -lo que terminó aceptando el mandatario como su única mácula-, la aparente militarización de la vida civil, la polémica reforma judicial, el manejo de la situación migratoria, la afectación ambiental en determinadas obras, el endeudamiento, sus relaciones ante países como España, Perú, Ecuador y Argentina, las inadecuadas políticas de seguridad pública, la politización del servicio exterior mexicano, la deficiente cobertura en salud pública, el manejo de la pandemia por Covid-19, la falta de transparencia, entre varios temas más.
AMLO, el ciudadano inquieto que salió del sureste, el personaje que siempre estuvo en el ojo del huracán, el presidente que tuvo un poder muy amplio, el hombre que manejó el destino de los mexicanos por casi seis años, el político que se identificó siempre en el discurso con los más pobres y los pueblos indígenas…ahora dejará el escenario político en lo general. En lo particular, deja el programa mañanero que tanta presencia le dio durante más de mil ocasiones, para así pasar a un anunciado autoexilio político en “La Chingada”, su famoso rancho enclavado en Palenque, Chiapas, emulando al revolucionario Genovevo de la O.
Su programa de “La Mañanera” le dio la ascendencia y control político de casi todo, porque fueron pocas las hojas del árbol del campo político que se movían sin su venia, a tal grado que en la óptica de algunos se convirtió en una especie de Hombre-Estado, cuestionándose si en estos años se actualizó algo parecido a L’État, c’est moi, de la Francia del siglo XVII. Solo el juicio de la historia nos dirá si Obrador fue un verdadero demócrata o fungió bajo la premisa de “El Estado soy yo”.
Lo que, si es muy posible, es que, ante su presencia diaria en el escenario durante prácticamente seis años, su posición ante el micrófono y su efectividad para persuadir a las masas, será recordado como el comunicador político de más amplio espectro en los anales de la historia de los presidentes, pues ese medio de difusión y de control social le resultó más “productivo” de lo que esperaba. Ahí juzgó, cuestionó, alabó, criticó, clasificó, publicitó, arengó, ventiló, incidió, anunció, decidió, ordenó, retó, promocionó, exhibió, entre otros verbos conjugados, en relación con personas, personajes, afines, correligionarios, adversarios y demás casos -y situaciones- involucrados en el devenir de la cosa pública.
También es probable que, en el breve plazo, ya en su rancho en el retiro y acostado en una hamaca entre las ceibas y caobas, le llegue a presumir a alguno de sus visitantes:
– “Y sí, el estrado fui yo” …