Bécker García
Llegamos desde Huatabampo a vivir en Ciudad Obregón, mi familia y yo.
Con 5 años apenas y la memoria casi nueva, aún puedo oler la casona ubicada frente a palacio municipal, pero por la calle Sonora. “Es la casa de los hermanos lasallistas” dijo mi padre y, al día siguiente yo ya estaba inscrito en esa escuela, ubicada por la calle Cajeme, que es donde Obregón terminaba.
En la misma semana, mi padre, el ingeniero Alberto García Elorduy, conmigo de la mano, llegó a lo que era uno de los dos campos deportivos (en realidad un terregal lleno de pedazos de vidrio y carbón) donde antes había estado un basurero. Habló no sé con quien, y desde ese momento y durante muchos años, fue entrenador de los equipos de fútbol de esa escuela.
Algunos que aún lo recuerdan, me preguntan si ese era su segundo trabajo y respondo que no: era su primera pasión y, ojo, en ésta no cobraba.
Lo dije anteriormente, el fútbol es un deporte tan codificado y cargado de emociones, que lo convierten en el deporte más practicado en el planeta. Cuatro piedras delimitando una imaginaria portería 5-5, o hasta 11-11 jugadores de cada lado, una pelota que a veces puede estar casi deshilachada de tanta patada y listo.
Los amantes del béisbol a quienes respeto porque este deporte es mi segundo en elección, me dicen que, es el deporte de las patas y por ende no se piensa mucho. Se les olvida que, las piernas, desde que éramos nómadas en la prehistoria, nos servían para dos cosas esenciales: correr ante un animal mayor, y defenderte a patadas de uno menor (no veo a nadie luchando cuerpo a cuerpo con un perro, por ejemplo).
El balompié tiene la particularidad de crear genialidades o garrafales errores en décimas de segundo donde se debe resolver alguna situación. Ante un tiro centro, por ejemplo, y cuando el balón parece volar en cámara lenta a pesar que lo hace en una velocidad endemoniada, el jugador no puede voltear a ver al manager para que, mediante una señal preestablecida, le ordene que hacer. Cada jugador es responsable, o de la gloria o del escarnio que transcurre apenas en un suspiro.
Por eso el fútbol arrastra multitudes en el mundo entero.
En 1970, mi padre empeñó su alma al diablo para comprar la primera televisión a colores que tuvimos, para ver el mundial de México 70. México quedó en 6to lugar de 16 países, muy honroso, porque cuatro años antes, en Inglaterra 1966 fuimos apabullados en la segunda ronda.
Clausurado el mundial 70 que ganó Brasil (con el que ha sido para mí el mejor equipo de todos los tiempos, y, salvo Félix el inseguro portero, Pelé, Gerson, Tostao, Rivelino y compañía, parecía bailarines de un ballet vigoroso y viril que volvía loco a sus rivales), la entonces y desde entonces dueña de facto de la selección nacional, es decir, Televisa, nos hizo creer que para el siguiente mundial, estábamos listos para ser campeones del mundo. El problema fue que le creímos, nos ilusionamos y, en 1974 (Alemania), ni siquiera fuimos porque, una débil selección de Haití, en la eliminatoria nos goleó 4 a 0 y hasta ahí llegamos.
En 1978 en Argentina, fuimos el último lugar con derrotas memorables que prefiero ni recordar.
Luego y salvo dos inasistencias (una por tramposos), México ha cruzado sus otros mundiales en el relativo nivel medio que tenemos, y, cuando menos habíamos pasado a los octavos de final, al superar en primero o segundo lugar la fase de grupos.
46 años han pasado desde 1978 en que no mandaban a la selección casa en la primera ronda, como lo fue este miércoles en Qatar.
Con tantos elementos de pueblo, en nuestro caso la selección nacional es como una especie de reflejo y espejo de lo que ocurre en la sociedad y, el mal resultado es una consecuencia casi lógica de lo que ocurre en nuestro país.
Para la 4T, salvo el béisbol, aunque no de manera contundente, el deporte y la cultura, no son prioridades.
Prueba de ello es que, aún cuando tenemos a la mejor atleta que ha dado nuestro país, Gabriela Guevara dirigiendo el deporte nacional, en la pasada justa olímpica, Tokio 2020, quedamos en el lugar 84 como país, el peor papel en la historia deportiva.
Y sí, dirán que en este mundial mucho tuvo que ver el malísimo entrenador Tata Martino; los directivos de pantalón largo impuestos por Televisa y la no convocatoria de la generación que viene empujando fuerte como Santiago Giménez y Lainez, pero bueno, el deporte es el reflejo de las calles.
Quienes tenemos 50 años esperando que la selección nacional mejore, vivimos casi los mismos soñando que nuestro país, al fin de el salto necesario y, pasar de la mediocridad, al éxito en todos los ámbitos.
Gracias.