Becker García

No fue cualquier López

Ignacio López López, no fue cualquier López, sino que, al debutar en el teatro, le recomendaron cambiar su apellido por López Tarso; así, su nombre se volvió un ícono de la actuación, primero teatral y luego cinematográfica.

Pocos saben pero, por cuestiones de la economía familiar, en la infancia vivió en Hermosillo y en Navojoa, siempre pasando apuros.

Cuando regresó a la Ciudad de México, no pudo seguir estudiando por falta de recursos, entonces un sacerdote le recomendó que entrara al seminario, para seguir la carrera del sacerdocio, para lo cual, confesaba, no tenía ni la más mínima vocación, por lo que terminó renunciando a ella sin concluir sus estudios.

Como lo era en esos años cuarenta, la otra opción de seguir con estudios y recibir apoyo económico, era a través del ingreso a la milicia. López, se alistó en el ejército y llegó a ser sargento, con lo cual, fue observado por un general quien le propuso ayudarlo para que entrase al Colegio Militar. Pero tampoco sintió que por ahí había de seguir su derrotero y no accedió.

Luego de eso, unos amigos lo convidaron a inscribirse en el programa de braceros para la pizca de la uva y la naranja en California, de acuerdo con un convenio entre México y Estados Unidos.

Pizcando naranja, encaramado en un alto árbol, resbaló y cayó, de espalda, sobre unas cajas que le fracturaron la columna.

No lo llevaron a un hospital, sino que, en la frontera, lo subieron a un tren a la buena de Dios. Contaba, don Ignacio, que el viaje hasta la Ciudad de México fue un auténtico suplicio, y todavía más, al llegar, hubo de caminar hasta la casa de sus padres, cerca del santuario guadalupano, haciendo paradas cada cien metros.

Le hicieron una terrible operación, injertando en la columna partes del fémur y duró en recuperación un año y medio. Contaba, que en todo ese tiempo se hizo acompañar de un libro de poemas de Javier Villaurrutia, Nocturno. “… y mi voz que madura/ y mi voz quemadura/ y mi bosque madura…”

En cuanto pudo caminar, buscó al poeta Villaurrutia en Bellas Artes, donde le pidió que le autografiara el libro. Al bardo le cayó bien el detalle, y lo invitó a quedarse en las clases de teatro que ahí mismo impartía. Este fue el encuentro de su vocación, es decir, la actuación.

Dicen los que saben, que el teatro, por supuesto hablando del teatro serio, es la mejor escuela en la que se puede forjar un actor y ahí lo hizo López Tarso.

Yo aún recuerdo cuando a los viejos gobiernos les interesaba la cultura, y me tocó unas dos veces verlo actuar en el Teatro del Itson, en caravanas que hacía por el interior de la República, creo recordar una fue Cyrano de Bergerac y tal vez la otra Sueños de una noche de verano.

López Tarso fue uno de los primeros mexicanos nominados para los premios Oscar, con la película Macario, que, aún cuando no ganó, como mejor película extranjera, puso el nombre de México muy en alto.

Vi la película muchos años después de cuando fue estrenada, en 1960, en el cine Goya de la Ciudad de México, atraído por la trama que era en realidad un cuento de enigmático escritor B. Traven, quien, a pesar de ser extranjero y que nadie lo conocía, supo encontrar maravillosas historias de pueblos mexicanos. Macario era un habitante de una aldea, cuya obsesión era comerse un pavo, mismo que comparte con la muerte. No seré spoiler, para que la vean.

Otra película que a mi en lo personal me impactó, fue el Profeta Mimí, un escribano de la Plaza de Santo Domingo, quien pergeñaba cartas a esposos lejanos en el extranjero, por parte de sus mujeres, y, de tal manera, que “endulzaba” la carta escrita al marido, pero también, se convirtió en un asesino serial que buscaba quitarlas del sufrimiento a través de la muerte. Ya, veanla.

Y fueron muchas películas, como el hombre de papel, aquél famoso Cri Cri de mi infancia, el Gallo de Oro y más.

Ha muerto un grande de la actuación, a los 92 años, y, de seguro, se llevó con él la satisfacción de ser de los pioneros que abrieron a México al mundo con sus películas y eso, ayer, se demostró con Guillermo del Toro quien ganó con su película Pinocho un Oscar, y, agradeció a Macario López Tarso.

HABLANDO DE COSAS POSITIVAS

Ayer me llegó una imagen, noticia, donde al Dr. Félix Muñoz Guerrero, desde la Presidencia del Senado de la República, le dan un reconocimiento por su extraordinaria labor como presidente de la Asociación Mexicana de Quemaduras A.C., y eso es bueno para Cajeme y para el cajemense.

Y es que, el Dr. Félix, es una eminencia en el tratamiento de personas que lamentablemente han sufrido quemaduras y por eso es el reconocimiento a cuarenta años de trayectoria.

Felicidades y arriba Cajeme.

Gracias.

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