Milton Martínez Estrada

Unas cajas de cartón como cobijas

La noticia más triste de la semana pasada se dio a conocer en el poblado Miguel Alemán, perteneciente al ayuntamiento de Hermosillo.

En la zona agrícola de la capital sonorense, conocida como «La Costa», agentes policiales reportaron el hallazgo de dos menores que se resguardaban del frío nocturno con unas cajas de cartón.

La verdad duele, pero así ocurrió. Según el informe de la Policía Municipal, a las 07:40 horas del sábado, elementos comisionados a Miguel Alemán transitaban por las calles Emiliano Zapata y Aquiles Serdán, cuando una persona les hizo señas de auxilio.

Los agentes detuvieron la marcha de la patrulla en la que transitaban para escuchar las palabras del hombre que les había solicitado ayuda para comentarles que debajo de una barra para alimentos, a escasos metros de donde hacía la denuncia, se encontraban dos menores de edad en estado de abandono.

De inmediato -añade el reporte oficial- los agentes acuden y revisan a los niños, los cuales se encontraban en estado vulnerable por el frío y tapados con cartones.

Los menores apenas y balbucearon algunas respuestas por el frío.

Los oficiales procedieron resguardarlos y protegerlos para después dar aviso a la Procuraduría de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes del Estado de Sonora, cuyos representantes acudieron a la Comisaría para tomar bajo su cuidado a los dos niños, de 6 y 10 años.

Lamentablemente, «La Costa» es escenario de casos tan increíbles como trágicos.

Allá por 2013, cuando ofrecía mis servicios para el periódico Expreso, me tocó cubrir la historia de un niño al que llamaremos Oscar, para no revictimizarlo y en respeto a su privacidad.

El menor se encontraba en el área de cuidado intensivo pues un cable que conducía energía eléctrica se le había enredado en la cabeza y lo tenía al borde de la muerte.

Sí. La población en Miguel Alemán, flotante en su mayoría, habita en esta zona agrícola por temporadas.

Los ciclos agrícolas renuevan la población dos veces por año. Ya imaginarán las condiciones de vida por aquellos rumbos. Se trata de núcleos familiares que abandonaron sus estados de origen para buscar en Sonora una oportunidad laboral.

El único trabajo disponible es la pizca. La gran mayoría sobrevive en los galerones dispuestos por los dueños de los campos agrícolas y los menos rentan habitaciones miserables a sobreprecio.

En el mejor de los casos, los cuartos de renta cuentan con algunos servicios; agua, si acaso drenaje y energía eléctrica.

Bueno, este último servicio no siempre lo ofrecen de manera lícita, pues a las orillas del poblado no hay cobertura por parte de la Comisión Federal de Electricidad.

Entonces la inventiva y la sobrevivencia se vuelven malas consejeras de los pobladores. Allá, se tiene la mala idea de utilizar el cable con el que se guía el crecimiento de la parra, para llevar electricidad a sus paupérrimas viviendas.

Es tan común esta práctica en el poblado Miguel Alemán, que a la zona donde se encuentran los incontables «diablitos» colgados para robar energía de los postes, le llaman «tendedero».

A los niños se les advierte que no jueguen por donde están los «tendederos», pero ya saben ustedes de la inquietud de los niños que a veces no les gusta recibir ni orden y mucho menos advertencias.

Ese fue el caso de Oscar, el que les conté que informé por allá por 2013. Desobedeció la orden materna de no jugar por donde estaban los «tendederos».

Recuerdo que el pequeño me contó cuando volvió en sí que jugaba futbol con sus amiguitos y alguien pateó muy fuerte el balón hasta la zona prohibida.

Sin pensarlo corrió para traer el balón y a su regreso se topó de frente con este cable electrificado. La descarga lo hizo convulsionarse y cuanto más se movía, más se enredaba en esa serpiente de electricidad.

Pasaron varios minutos antes de que cortaran las decenas de cables que lo habían enredado.

Vivió para contarlo. Su mamá estuvo más de un mes por fuera del Hospital Infantil en Hermosillo.

Resucitó, si me permiten el término. Era  un milagro médico. Cuando se recuperó Oscar, su mamá me contó que esta no era la primera vez que su hijo había burlado a la muerte.

Cuando tenía cuatro años lo había atropellado una camioneta a toda velocidad. Y si la memoria no me falla, el causante fue un tío del menor.

Óscar se escapó de su casa cuando recién se había ocultado el sol. Aprovechó la distracción de su madre mientras que esta realizaba las labores del hogar.

Como ya les dije: Esa zona por donde vivían no estaba iluminada y el niño vestía de oscuro. Lo demás lo intuyen a la perfección.

Decenas o cientos de casos como este en «La Costa» porque mientras los padres trabajan, los niños son cuidados por algún hermano (también menor de edad), tío o abuelita que no están en facultades de vigilarlos completamente.

Así se tejen las tristes y trágicas historias. Nos reencontramos la otra semana.

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