Lorenza Sigala / MO

Rafael Alejandro Romero Carrasco, conocido como “El Boli”, fue asesinado a balazos la tarde de este miércoles en la colonia Cuatro Olivos, al norte de Hermosillo. El hombre, de 38 años, había sido buscado por hombres armados desde hace al menos una semana.

Aquella vez, dispararon contra una vivienda en la misma zona donde hoy le arrebataron la vida.

Eran las 15:45 horas cuando se escucharon las detonaciones de arma de fuego en la intersección de la avenida Huépac y General Yáñez, a tan solo unos metros del domicilio donde, siete días atrás, sicarios habían intentado localizarlo sin éxito. En esa ocasión no hubo lesionados, pero ya se hablaba de que buscaban a Rafael.

Los agresores viajaban en un vehículo sedán gris con vidrios polarizados. Tras el ataque, se desplegó un operativo de búsqueda luego de la activación del Código Rojo en toda la zona norte de la ciudad.

Rafael recibió al menos cinco impactos de bala en distintas partes del cuerpo. Fue encontrado tendido sobre el pavimento, semidesnudo, en agonía, bajo el intenso sol de la tarde. A pesar de los esfuerzos de paramédicos de la Cruz Roja y del servicio de ambulancia Fire Plus, quienes trabajaron más de 20 minutos intentando reanimarlo, “El Boli” perdió la vida en el lugar.

El comandante Mario Ballesteros, titular de Fire Plus y del Cuerpo de Bomberos Estación Dos, confirmó que además de maniobras de reanimación cardiopulmonar, se le suministró adrenalina para reactivar sus signos vitales, pero fue en vano.

Su madre, una mujer de edad avanzada con visibles problemas de movilidad, llegó poco después, como tantas otras veces en que los hechos violentos azotaban la colonia.

Siempre preguntaba por su hijo con la esperanza de recibir la misma respuesta: que estaba bien. Pero este miércoles fue diferente. Esta vez lo encontró sin vida, cubierto por una sábana blanca.

Testigos y vecinos describieron a Rafael como una persona noble, servicial, que padecía de sus facultades mentales. “No le hacía daño a nadie”, comentaron. Se dedicaba a barrer las calles, a ayudar en lo que podía. Algunos lo conocían por andar siempre solo; otros simplemente lo veían como un joven inofensivo que vivía en situación de vulnerabilidad.

Mientras el cuerpo de Rafael Alejandro Romero Carrasco permanecía tendido a la espera del levantamiento por parte de servicios periciales, su familia lo lloraba desde la banqueta. Su madre, quien siempre lo buscó con fe, finalmente lo encontró… pero ya era demasiado tarde.

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