Alguno de mis poc@s lectores, ¿ha visto la serie coreana de Netflix llamada, el Juego del calamar?

¿Qué dice Wikipedia de la serie?: La serie narra la historia de un grupo de personas que arriesgan sus vidas en una misteriosa competición de supervivencia, basada en juegos infantiles, con un premio de 45 600 millones de wones (49 millones de dólares).

El juego del calamar es bastante físico y solo termina cuando se logra llegar a un ganador final. El juego se llama así ya que los jugadores deben dibujar diferentes formas geométricas (círculo, cuadrado o triángulo) en el suelo, que, en su conjunto, parecen formar un calamar. Si un atacante logra atravesar al defensor y entrar en la cabeza del calamar, se proclama a este como ganador del juego.

En el juego, 456 jugadores deben de pasar 6 pruebas, basadas en juegos de niños, donde, quienes van perdiendo, son violentamente eliminados por un ejército de vigilantes vestidos con monos rojos, y con máscaras que, de acuerdo a la jerarquía, pueden tener un círculo, un cuadrado o un triangulo.

Así, y para darles una idea, el primer juego, trata sobre aquél que alguna vez jugamos de niños, donde, un líder nos daba la señal de avanzar o parar, hasta llegar a una meta.

En el ínterin, aquellos que seguían corriendo a pesar de la orden de parar, son ametrallados. Igual, quienes no consiguieron llegar a la meta en un tiempo determinado, también son ejecutados.

Así, en cada juego, los competidores perdedores, al morir, van logrando que el grupo se reduzca.

Antes de seguir, debo aclarar que, los reclutados, o cuando menos los personajes principales, eran personas ludópatas, quienes, por su misma característica de apostadores, debían una buena cantidad de dinero.

En ese mundo, el de la ludopatía, la esencia es ganar, a cualquier costo, para sentirse, me lo dijo un psicólogo, fuertes y empoderados, con un sentimiento tan real y fuerte, como cuando eran amamantados por la madre, y donde, no existía otra conexión que no fuera la de la madre y el o la hija. Por eso, quienes juegan, tienen esa obsesión por ganar para inconscientemente, volver a esos momentos.

No sé si lo he contado, pero, durante un tiempo, fui un asiduo asistente, en Mexicali, a una casa de apuestas, de esas que ahora pululan por todo el país, pero en ese tiempo solo eran permitidas en Baja California.

Una vez por semana, mi esposa, Almita Mijita, cruzaba a la ciudad de Caléxico para hacer parte del súper. Yo, que no contaba con pasaporte (no tenía cartilla, indispensable entonces para tener el documento mexicano), acudía a esa sala para, por medio de la televisión, seguir las carreras de perros.

Vamos, hasta hice en excell, un programa donde, alimentaba todas las características del historial de carreras de cada perro, para, si bien no ganar, pues tampoco perder. Es decir, solamente divertirme.

Y pasa como pasó, en algún momento, un personaje que se la vivía en ese casino virtual, se me acercó un día para darme tips de apuesta, siempre y cuando le compartiera la mitad de mi ganancia, con mi dinero.

Por empatía o por lo que fuera, a veces, le hacía caso, hasta que caí en cuenta que sus preferencias, eran por puros galgos corredores que no ganaban ni aunque se cayeran todos los perros en las curvas.

Don Chito, le pregunté un día: ¿porqué insiste en apostarle a perros perdedores? Y su respuesta fue sencilla, “porque el día que ganen, yo me haré rico”.

Así hay personas en este mundo tan convulsionado: le apuestan a ganar o a perder, sabiendo que la vida se les puede ir buscando ese triunfo.

En nuestra sociedad, es decir, la de Cajeme, la de Sonora, la de México, existen personas que le apuestan a la vida rápida, donde se juegan el todo por el todo.

No quiero sonar a moralista, menos a justiciero predicador de las buenas costumbres, pero, ¿qué ha pasado en México en los últimos años, en tratándose de la delincuencia organizada?

Con tristeza, vemos como, cada día más jóvenes apuestan a la vida rápida y digamos, más o menos fácil, participando en actividades ílicitas.

Un ejemplo acaba de pasar: a unos secuestradores, les dictaron 80 años de sentencia por ese delito.

80 años es una vida completa, que habrán de pasar detrás de las rejas sin disfrutar ni a la familia, ni a los amigos y, lo peor, tratando de sobrevivir en el negro mundo de las cárceles mexicanas.

Y no, no creo que sea culpa del actual gobierno.

El crimen organizado ha venido creciendo, desde los tiempos del neoliberal Carlos Salinas de Gortari. Se dice, pero no lo sé de cierto, que sus funcionarios y aún su hermano Raúl, pactaron, a cambio de prebendas, con el narcotráfico.

Sin la ayuda de los políticos de ese tiempo, los capos mexicanos no hubiesen crecido como lo hicieron, desplazando a los colombianos, sin contar con el contubernio del gobierno.

Zedillo, vio pasar las cosas y no hizo nada.

Vicente Fox, fue permisivo con las drogas.

Calderón inició una guerra sin estar preparado, ni saber a ciencia cierta que, muchas autoridades estaban coludidos.

Peña se volteó para otro lado, mientras que sus cárteles favoritos fueron ganando terreno.

Y ahora, con la política de abrazos no balazos, pues ya estamos viendo los saldos.

Y es que, en mi teoría, en el juego particular del calamar mexicano, quien quiere y puede, le apuesta a una ganancia rápida. De otra manera, ni existiría el juego como tal, al descaro, o, no viéramos como políticos, al terminar su “reinado”, viven como magos.

Pocos, muy pocos son quienes, esquivan el juego del calamar pensando que, total, van a ganar siempre.

Lástima de apostarle la muerte, ¿no?

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