Indignación, frustración, tristeza, nostalgia, desesperación, valentía y necesidad, son algunas de las tantas y complejas emociones que cruzaron por la mente de Ceci Patricia Flores, líder de las madres Buscadoras de Sonora, para implorarle al capo Caro Quintero, a la familia de Los Salazar y demás integrantes del crimen organizado que les permita a ella y a su colectivo rastrear y encontrar a sus desaparecidos en la entidad.

Sí. La mandamás de las Madres Buscadoras de Sonora le pidió permiso a los cabezas de cárteles que les den tregua para recorrer todo el estado en busca de los desaparecidos que yacen en alguna de las incontables fosas clandestinas existentes.

A través de un vídeo de dos minutos con cinco segundos, que fue colgado en las redes sociales del colectivo de búsqueda, se observa a Ceci Patricia junto a los portarretratos de sus dos hijos, Marco y Alex, a quienes busca incansablemente. También está una imagen de la Virgen de Guadalupe y allí inicia su súplica:

“He sido desplazada, he sido amenazada, estoy bajo un mecanismo que protege a periodistas y defensores de derechos humanos. Al desplazarme de Sonora me amarraron de pies y de manos; me quitaron la posibilidad de seguir buscando a mis hijos y a los demás desaparecidos”.

Ceci Patricia fue llevada de emergencia a la Ciudad de México luego de que un gatillero le advirtiera el viernes 16 de julio anterior, que era ella la siguiente en la lista de ejecuciones planeadas por integrantes del crimen organizado.

“Señora, cuídese mucho porque sé que de ahí sigue usted”, citaba el lapidario mensaje recibido por la líder del colectivo sonorense. Dos días después ejecutaron en el valle de Empalme a Gladys Aranza Ramos, otra joven madre que buscaba a su esposo, y fue ultimada a balazos por gatilleros que irrumpieron a la medianoche en su casa.

Son cinco meses desde que Ceci Patricia no ha realizado sus búsquedas con plenitud y su paciencia llegó al límite. 

“Yo tengo necesidad de seguir buscando a mis hijos, por lo cual me veo en la necesidad de pedirles a ustedes los jefes de los carteles en Sonora Los Salazar, Caro Quintero y demás que no nos maten, que no nos desaparezcan; que nos dejen seguir buscando a nuestros hijos”, implora la madre buscadora.

Y enfatiza a nombre de ella y el grupo que representa: “No buscamos culpables, no buscamos justicia, lo único que queremos es traerlos de vuelta a casa. Tenemos la necesidad de traerlos porque buenos o malos; culpables o inocentes (los hijos desparecidos), son para nosotros toda nuestra vida”.

Después insiste en la súplica: “Necesito volver a mi estado, necesito a ver a mi familia, necesito volver a mi casa para buscar a mi hijo y a todos los desaparecidos. Por favor te lo pedimos, te lo suplico, en el nombre de todas las madres”.

En mi trayectoria como periodista no recuerdo que en Sonora un civil haya hecho una solicitud a esos -muchas veces innombrales- barones del narco.

El final del vídeo publicado por Ceci Patricia es aún más sentido: “A ti jefe de cartel, que matas, que desapareces: No nos quites la oportunidad de regresar a nuestro desaparecido, te pedimos nos ayudes a encontrarlos, dejándonos buscarlos; a traerlos a casa sin buscar culpables o sin buscar justicia. Nosotros buscamos paz, la paz que un día se fue con ellos”.

Escuchar estas palabras o leerlas es devastador, en el sentido que confirma la extensión infinita del amor de una madre y su inquebrantable voluntad. Así, a cara lavada, con las fotografías de sus hijos y una ilustración de la Virgen de Guadalupe se mostró frente a la cámara para hablarle al “Narco de Narcos”, Rafael Caro Quintero

Nada la detuvo, tampoco, para encomendarse a los integrantes de la familia criminal de Los Salazar, el grupo delictivo de mayor crecimiento y control en Sonora, si me permiten acotarlo.

Así de grande es la súplica, tan grande como su amor de madre, tan grande como la ineficacia de la fiscalía y las policías de Sonora.

Solo para la anécdota

En La Siguiente Pregunta número 30, del pasado 30 de mayo, les comenté que la estrategia presidencial de “abrazos y no balazos”, se traducía de manera coloquial en la intención gubernamental de cohabitar con el narco.

Así es: Dormir con el enemigo. Bueno, si cohabitar con el narco es repulsivo, suplicarle al narco es indignante.

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