Y vaya que ante la relativa pasividad de la sociedad mexicana y la normalización de la violencia en este país, la que ya salió al quite en forma organizada y programática, lo es la iglesia católica mexicana, lo que no es de asombrar, puesto que el clero históricamente ha tenido un rol preponderante en diversos episodios de la vida nacional.

Después de que muchos sectores y ciudadanos en lo individual han sufrido en forma directa e indirecta los estragos de la ausencia de paz social, lo que ya se asemeja a la barbarie, son pocos los grupos organizados que han saltado a la palestra, pero a final de cuentas la gran mayoría han quedado en el camino en sus exposiciones y exigencias, puesto que el aparato de gobierno ha sido contundente en el rechazo a los reclamos, bajo el lema de “abrazos, no balazos”, tachando a los inconformes de estar alineados a opositores, sin voltear a ver que el sufrimiento no tiene colores.

Después de varios lustros de violencia exacerbada, con incrementos importantes en los períodos de Calderón, Peña y López Obrador, contando este último sexenio con más de 120,000 muertes violentas, esto pareciera no tener fin.

Lo de la doble ejecución de sacerdotes jesuitas, en la comunidad de Cerocahui, Chihuahua, definitivamente puso el tema de la desbordada violencia en la agenda internacional y nacional, ya que el mismísimo Papa Francisco hizo comentario en Roma sobre la situación delincuencial en México, para así el presidente de igual manera tocar el tema, tratando de suavizarlo, al manifestar estar de acuerdo con la forma de pensar del Vicario de Cristo, pero por otro lado, lanzó respuesta frenética al clero mexicano reclamante de una estrategia de seguridad, aludiendo a que muchos sacerdotes estaban “apergollados” por la oligarquía, es decir, “agarrados del pescuezo por los ricos”.

Pues bueno, ya a partir del domingo 10 de julio pasado se vino la Jornada de Oración por la Paz –la cual consta de varias etapas-, convocada por la conferencia del episcopado de la iglesia católica mexicana, la cual en efecto sí está haciendo muchas olas dentro de la población por su elocuencia,  pues ante la actitud estoica de ésta -sucumbida bajo el miedo y una especie de Síndrome de Estocolmo-, aquella tuvo que salir el escenario social, una vez más.

En el proceso de conquista tuvieron su labor a partir de 1523, con un gran trabajo dentro de la educación e inculcación religiosa, pero, además, en el proceso de colonización, fueron piezas fundamentales. Así también, en la guerra de independencia de 1810, los sacerdotes mexicanos tuvieron destacado actuar, pues basta solo recordar la valentía de Morelos e Hidalgo. En la época de la mayor división histórica entre los mexicanos, es decir, en la época de la confrontación entre liberales y conservadores, a mitad del siglo XIX, los clérigos sufrieron la embestida de los gobernantes liberales -debido a su control político y económico-, para ser sofocados y desapropiados de sus bienes. Ello dio pie al principio constitucional de la separación Iglesia-Estado, el cual fue insertado originalmente en el artículo 12 de la Constitución de 1857, sin dejar a un lado la Ley de Desamortización de Fincas Rústicas y Urbanas Propiedad de Corporaciones Civiles y Eclesiásticas.

El rol de la iglesia católica durante la revolución mexicana, fue limitado previo y durante el estallamiento de la misma, pero aun así, el principio de laicidad fue refrendado con el artículo 130 de la Constitución de 1917. Sin embargo, en la parte final de la etapa revolucionaria, ya con la Carta Magna de Carranza, durante los años veintes -durante los períodos de Obregón y Calles- y en virtud de agravios recibidos, es cuando la iglesia vuelve a tomar acciones relevantes, tan así que el desacuerdo con el gobierno desemboca en la llamada Guerra Cristera en 1926. Se registran episodios tan cruentos como el fusilamiento del Padre Miguel Agustín Pro, el homicidio de Obregón en “La Bombilla” de manos del llamado fanático León Toral, que llevó al fusilamiento de éste y a la investigación y detención de la madre Concepción Acevedo De la Llata, más conocida como la Madre Conchita. Esta guerra, de la cual hay mucho por contar, tuvo 250,000 víctimas aproximadamente, por lo que no se trató de un mero sainete.

Con la actitud actual del clero, después de un relativo letargo de la iglesia católica mexicana -en acciones más allá de la doctrina y el apoyo directo a los más necesitados-, es hasta ahora que resurge con un despertar cívico desplegado a través de su mística religiosa; quedando en claro que de ninguna manera se ve desafío alguno al Estado Mexicano, sino en todo caso, el aporte de sus Jornadas por la paz, es solo una exigencia de la redirección de una estrategia que a juicio de muchos no ha funcionado.

En efecto, nadie le ha exigido al presidente AMLO la aplicación del ojo por ojo y diente por diente, sino que, al parecer, solo se le pide -y ahora hasta de rodillas-, que se restaure el Estado de Derecho y se proceda a la estricta aplicación de la ley.   La Ley del Talión cayó en desuso, al erradicarse la venganza privada,  precisamente ante la aparición del Estado en su concepción actual,  el cual asume legítimamente el monopolio de la fuerza pública y la facultad de juzgar las conductas antisociales.  

Al presidente se le pide la aplicación de una fórmula transicional aparentemente sencilla: así como se trata de combatir el hambre dando pensiones económicas y en lo simultáneo, se busca la generación del empleo; igual suerte corre este tema de la seguridad, pues mientras se busca crear oportunidades y educación para los jóvenes, para que no caigan en las malas tentaciones, al mismo tiempo se puede ir llevando ante los tribunales a quienes infrinjan la ley, para que sean los jueces quienes impongan las sanciones.  

¿Se le estará pidiendo mucho al presidente?…

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