Pablo Beltrán

El desaire

Sin duda que hay desprecios que se agradecen, pero en tratándose de instituciones se dice que las cosas cambian, pues en tales casos no deben de permear las pasiones humanas y menos las actitudes personalizadas.

Lo anterior viene a cuento, porque a mediados de semana -5 de Febrero- se suscitó una situación que puso en tesitura la existencia de la república, a pesar de que nuestra Carta Magna refiere en su artículo 40: “es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica y federal, compuesta por Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, y por la Ciudad de México, unidos en una federación establecida según los principios de la ley fundamental”.

 La asombrosa no invitación a la presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación al evento del aniversario de la promulgación de la Constitución de 1917 en el Teatro de la República en Querétaro, no manda buen mensaje a los ciudadanos -ni a otros-, sobre todo por que la ministra Norma Piña, aunque no gane un concurso de simpatía, representa a uno de los poderes del país. En conjunto con el ejecutivo y legislativo, como todos saben, viene a conformar dentro de la forma clásica la llamada República Mexicana. Y la pregunta obligada: ¿Hoy en día estamos a favor de un sistema de checks and balances (frenos y contrapesos), o deseamos otro sistema?

La justificación del desaire obedece a que a juicio del statu quo y su lideresa política, el Poder Judicial se ha portado con irrespeto, ello ante la cadena de eventos en torno a la llamada reforma judicial, máxime que a últimas fechas sobrevino el sobresalto con el Comité de Evaluación del Poder Judicial, que desencadenó en que el Senado tomara sus atribuciones y le entrara a sacar candidatos con la tómbola. Algunos malpensados -aunque quizá atinados- atribuyen la falta de invitación, a lo suscitado en 2023, en el mismo teatro, en donde la señora Piña no se levantó a aplaudirle al hoy ex presidente AMLO, quedando así, al parecer, “factura por cobrar”.

México nace como República entre 1823-1824, de ahí que el 4 de octubre de este año, se cumple el bicentenario de la promulgación de la primera Constitución Federal; lo que debiera de honrarse por quienes participan en la res pública (cosa pública), que no es otra cosa que la herencia romana gramatical de la palabra República.

Los problemas personales Inter poderes, desde hace ya más de seis años, ha venido a dar nacimiento a una especie de caudillismo dentro de dos de los poderes, que han venido a dar reversa a lo que habíamos logrado hasta hace pocos años: un país de instituciones. Estamos volviendo, en una inercia derivada de las actitudes previas del nativo de Macuspana -aparentemente en modo receso-, a algo similar a la etapa pre revolucionaria y posrevolucionaria en sus primeros años, en donde los asuntos y los grandes temas salían más por la fuerza de los grupos o del Estado, que por la fuerza de la razón…ello hasta la caída del Maximato y el retiro de los generales de la política.

Es cierto que previo a 2018, no todo era miel sobre hojuelas e incluso existieron situaciones harto complicadas de corrupción y colusión que pusieron al ciudadano de muy mal humor social, verbigracia Odebrecht, la Casa Blanca y Ayotzinapa -lo que dio la llegada a un nuevo grupo gobernante-; pero chueco o derecho, la llamada república, con todo y sus imperfecciones, tenía una vida de interacción y de convivencia sana e institucional entre los poderes. La República dio pie a la creación de instituciones desde los años cincuenta del siglo pasado, pero con mayor énfasis en la década de los noventas, donde después   de la “Caída del sistema” de Bartlett -que sacó avante a Salinas en 1988- se vino a generar una gran protesta y concientización popular, que provocó importantes transformaciones en el ámbito democrático -IFE-, realce a los medios de control constitucional, representación múltiple  en las cámaras, un federalismo plural -ya sin la hegemonía de un solo partido en todos los estados-, un laicismo bien manejado controlando con respeto la intervención del clero, sin olvidar la metamorfosis verificada en el entonces Distrito Federal, al dejar de ser  apéndice del Gobierno Federal y pasar a ser una entidad democrática.

Ahora que estamos en el mes de la tregua para el análisis de la imposición o no de aranceles por parte del presidente Trump, lo que obligó a nuestros dirigentes a tomar fuertes medidas -de prueba- ante el tema migratorio y de narcotráfico, debemos de predicar con el ejemplo. Sin duda, que se debió de haber aderezado esa parte del trato, con otros elementos de conducta a fin de mandar buenas señales al exterior, pues aun y cuando el asunto de la reforma judicial y toda su telúrica saga no ha sido aún un rubro señalado directamente por el mandatario anglosajón -al tratarse de un tópico de seguridad jurídica para los inversionistas del norte-, lo menos que debemos de hacer, se dice, es procurar en  todo momento ser vistos como un país que cumple con los estándares de los países más civilizados y organizados bajo buenas formas de gobierno. No podemos dar pauta a que nos señalen como propensos a una “venezolanización”, pues de ser así, en los próximos años solo estaríamos de frente a un aislamiento global, con los consabidos perjuicios que ello conlleva.

La presidenta tiene un fuerte bono democrático y debe tener altura de mira, por lo que no debe de caer en consejos de los rudos que obran bajo parámetros poco aceptables dentro del buen gobierno. Ni Adanes Augustos, Monreales y menos Noroñas, deben de ser escuchados en sus aires beligerantes. Ahora más que nunca, se ocupa de un gran Pacto Nacional para defender a México de cualquier embestida injusta, en donde se incluya tanto a los legisladores como gobernadores emanados de todos los partidos, pero, además, se debe sostener la columna vertebral: los poderes deben de ir de la mano para que así subsista la república y además se fortalezca. Al Segundo Imperio Mexicano y la llegada de Maximiliano, recordemos, lo “parió” ese pleito intestino entre facciones políticas, en la segunda mitad del siglo XIX. Ya en la primera parte del mismo siglo -1846- habíamos sufrido la intervención militar de los Estados Unidos ante la crisis política y económica del momento.

Nada equivocado estaba Ortega y Gasset, cuando decía: “A la república solo ha de salvarla pensar en grande, sacudirse de lo pequeño y proyectar hacia lo porvenir.”

Ojo, no es Piña, es la República…

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