Bécker García

Por una culinaria mochada

Aclaración, pretendo, contar algunas cosas que me han pasado en la vida, aderezadas (como cocinero que soy), con mi participación como funcionario público. Espero les guste, gracias.

Me llegó el reporte, de las repetidoras de Radio Sonora, de la cual era yo director general, 7 antenas debían sustituirse de inmediato.

Cité a mi oficina al Gerente técnico de la radio, Gustavo, quien había elaborado el reporte y le pregunté: Si RS tuviera dinero, ¿dónde deberíamos de comprar las antenas y sustituirlas?

Sin pensarlo me dijo: las mejores, las fabrica un italiano en San Diego.

Convencí a mi jefe directo para comprarlas.

No voy a contar la historia, porque no tiene caso, solamente diré que hubo quien, buscó afanosamente que esas antenas se compraran en México, por las cuestiones que ya sabemos, en cada compra, hay comisión.

Decidido a ver opciones, viajamos, el ingeniero Gustavo y yo, a San Diego, y acaso iniciar el proceso de compra.

El italiano, un hombre alto, tan blanco que podría ser tomado por ario, era muy serio y muy displicente en técnicos, pero, cauteloso en su trato, rondando en lo desconfiado.

A la media hora, ya teníamos una gran empatía y me había convencido de que era la mejor opción para tener nuestras antenas, porque digo, paisano de Guillermo Marconi, el inventor de la radio, ¿qué más se podía pedir?

Al despedirnos, nos dice; ¿Dónde van a cenar hoy?, seguido con una invitación para hacerlo en su casa.

A las 7 de la noche, nos recibieron en una casa modesta, con un Prosseco espumoso, servido en copas donde le agregaron rodajas de limón amarillo, para el calor y, supongo, entrar en ídem.

Su familia, de cuatro hijos, dos y dos (todos también muy serios), más su esposa quien solamente usaría la voz al explicar cada uno de los platillos cocinados por ella, y, además, una jovencita norteamericana, esposa del hijo mayor, que hablaba como tarabilla y quería saber si el mariachi tenía sus raíces italianas o francesas.

Pasamos a la mesa y destaparon un Chianti, supongo de calidad superiore y, obviamente, botella envuelta en su respectiva raffia, con un sabor excepcional.

La entrada fue una bruschetta de tomate y queso Mozzarela de búfala (si no han probado ese queso, no saben lo maravilloso que se deshace en la boca), en pan de ajo, con su respectiva albahaca encima. La señora de la casa no explicó que el pan lo horneaba ella misma. Una delicia.

Luego vinieron los Gnoccis (esa pasta de papa) con mantequilla de ajo y nueces, y, para mi deleite, pedí permiso para bañarlos someramente del Chianti. Aún ahora, en el tiempo; agua en la boca.

Un ossobuco en salsa de pomodoro, espolvoreado con un impresionante queso parmesano de sabor fuerte, de excelente maridaje con el tomate y los champiñones, además, como guarnición, el mejor fetuccini casero al aglio e olio (algo de hierbabuena) que he probado en mi vida.

Muchas fueron mis preguntas hechas a la cocinera, y a todas me respondió como pudo, entre español, italiano e inglés. Prometió regalarme todas las recetas ahí degustadas, las cuales, ya traducidas, las debo de tener en algún disco duro.

Casi cerramos en el postre, con un tiramisú de otro nivel. Y digo casi, porque cuando dimos cuenta del emblemático platillo, y, del cual, si no es que la etiqueta me persigue, hubiera chupado el plato, el anfitrión me pregunta si deseo salir a fumar a la terraza. ¿Se me notaría mucho lo de fumador?

Estando ahí, escanció copas de un limoncello casero que aún ahora, en temporada y con su receta, preparo cada año.

Y fue cuando me dijo: “Disculpa, entiendo a los mexicanos, pero, mi norma es no dar dinero a cambio de que compren mi producto, espero lo entiendas”.

Ingeniero, le dije, bendito Dios que contraloría no habla de sobornos culinarios, pues, caso contrario, ya estaría yo en la cárcel.

Algunos años después, junto a mi familia tomamos un taxi del Vaticano al hotel donde nos hospedábamos, y le pregunto al chófer: “Si tú como romano quisieras comer sabroso y platos propios de Italia, ¿Dónde comerías?” Y me responde: “en mi casa, todo lo demás, es comida para turistas”.

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